Class of ’96
Se puede saber ¿por qué narices las autonómicas compran series que saben que han sido canceladas? Hacen que la gente se encariñe con algo que no van a poder ver nunca más. Que groseros. Pues eso es lo que me pasó con “Class of ’96” un caluroso verano de mi juventud. ¡Me enganché a una serie que sólo tenía 17 episodios! El capítulo piloto se emitió en enero de 1993 y en mayo la cancelaron antes, siquiera, de acabar la temporada. A esta serie se la conoció entre los críticos como “Cancelled in ‘93”. Y lo peor es que pasé mucho tiempo de mi vida pensando que me había perdido muchos capítulos de algo que nunca sucedió. Irónicamente, el último episodio emitido fue titulado “See you in September”. Encima con cachondeo.
En “Class of ’96” seguíamos las peripecias de un grupo de 7 jovenzuelos de diferentes estratos sociales, estudiantes de la ficticia Havenhurst College en Nueva Inglaterra, a quienes las circunstancias les fuerzan a ser amigos. Sus historias cotidianas reflejaban sus luchas con las diferencias, tanto sociales como personales, combinado con lo chungo que es el primer año de universidad, todo mezclado con un poco de rollo social con temas como el racismo o el sexismo. La idea, si no la hubiesen cancelado, era haber seguido sus historias durante los cuatro años de universidad.
El protagonista era David Morrissey (Jason Gedrick), el típico tío pobre que es el primero de su familia que va a la universidad y allí se encuentra con todos los ricachos y, claro, se lleva un shock el pobre. El compañero de habitación de David era Samuel «Stroke» Dexter (Gale Hansen), un tío divertido que siempre estaba buscando la manera de ganar pasta con sus bussines. La otra cara más conocida, a parte de Gedrick, es la de Lisa Dean Ryan (siempre recordada como la novia de Doogie Howser) que interpretaba a Jessica Cohen, una judía rica con cara de buenecita enamorada completamente de David. Jessica tenía dos compañeras de habitación, Patty Horvath (Megan Ward) que era la típica niña pija hija de actriz que no le hace puñetero caso y, por consiguiente, es una rebelde descerebrada aspirante a actriz; y Robin Farr (Kari Wührer) la tía buena pelirroja con la que David se acaba liando a parte de con Jessica (mamón). Completaban el reparto Whitney Reed (Brandon Douglas) como un niño rico agobiado por su padre para que siga la estela familiar (hasta le obliga a dormir en el mismo cuardo en el que durmió él) y su compañero de habitación, Antonio Hopkins (Perry Moore), un negro que viene del ghetto con una beca de superstar del baloncesto.
Yo estaba enamorada de Whitney (siempre me han ido los rubios), aunque me fallaba que era un espíritu débil e iba por el mundo hecho polvo porque su padre le trataba con una mierda. Una imagen que me persigue recurrentemente es la de Whitney llorando borrachuzo perdido, sintiéndose ignorado por sus padres, al son de “Losing my Religion” de los R.E.M. Eso sí que lo tenía esta serie: una banda sonora bien elegida, encabezada por la canción de la carátula, con la que os dejo ahora mismo para que sigáis con el rollo nostálgico al que os tengo acostumbradros, «These Are Days» de los “10,000 Maniacs”.