Gossip Girl: deliciously decadent
Una acepción fantástica del inglés decadent es, literalmente “que provoca una satisfacción desenfrenada”. Hasta ahora, siempre había relacionado la palabra decadent con los pasteles de queso con nata y crema de fresas, pero los chicos de Gossip Girl me están haciendo cambiar de perspectiva.
No es que la serie me provoque una satisfacción desenfrenada, ese privilegio se lo reservo a unos pocos elegidos, pero es innegable que nuestros teens favoritos y sus encantadores padres viven en un mundillo deliciously decadent, y no me refiero al fashion-loft de los Humphrey, que por mono que sea y cool que parezca vivir en Brooklyn no está, ni de lejos, a la altura del papel del culo de las fiestas de té del upper east side, por no hablar de los bailes de máscaras o bailecillos de gala que se gastan en el uptown.
Las fiestas de esta gente son puro derroche de lujo. Eso sí, nada de mobiliario zen o adornillos conceptuales. Nuestros upper east siders se divierten en eventos erótico-festivos que bien hubiera podido organizar la Marquesa de Merteuil, conduciendo sus vidas como aristócratas modernos que son.
No es de extrañar que sea notorio y manifiesto que la reina del cotarro, Blair Waldorf, viva en su propia película con (o como) Holly Golightly, haciendo uso extensivo del cuello alto, encajes y perlas que le dan ese aspecto de muñeca de porcelana combinando a la perfección con la imagen retroprincipesca de Chuck Bass, el otro jovenzuelo protagonista perfectamente mimetizado con este decadent word.
Está claro que el lujo es uno de los puntos fuertes de Gossip Girl, no solo en el hecho de mostrarlo o basarse en él (no sé vosotros, pero yo prefiero identificarme con alguien a quien le sale la pasta por las orejas y cuyo ropero es tan grande como el piso en el que vivo) sino en la forma de hacerlo, como si se tratase de un cuento con príncipes, princesas y, sobre todo, muchas, muchísimas perlas.