Una cabeza metida en un maletín
Leo cositas estos días sobre Big Shots y recuerdo lo muchísimo que me gustaba ver a Dylan McDermott en The Practice cuando, diría yo en mi humilde opinión, estaba alcanzando su plenitud física, para entendernos. Aunque claro, nunca se sabe, te piensas que Rob Lowe ya ha corrido unas cuantas millas de más y va el tío, se presenta a la presidencia, se liga a Ally McBeal y te deja con las patas colgando, la mandíbula en el entresuelo y algunas cosas más que no sería demasiado fino decir aquí, que luego Irene me llama cochina.
Recuerdo The Practice con ese cariño especial que reservo a las series que se sitúan en la frontera entre la oscuridad de los tiempos (o la era sin p2p y blogs) y el reino de la teligión (nuestra brillante era actual). Por aquel entonces no me fijaba en estas cosas, pero luego me di cuenta de que no era gratuito que el creador de otras dos series que me habían enganchado profundamente como Picket Fences y Chicago Hope se marcase el puntazo con The Practice. Cuesta creer, a priori, que David E. Kelley (flamante marido de Michele Pfeiffer, by the way) también esté detrás de Ally McBeal y, atención Un médico precoz (go, Barney, go!), a parte de haber comenzado haciendo pinitos en La ley de Los Ángeles. No me quiero marcar ninguna pedantería, pero con The Practice el chico se salió, bueno, por lo menos con sus primeras temporadas. Con Boston Legal no he tenido el gusto, así que juzgad vosotros mismos.
De The Practice siempre me fascinó el tratamiento que se daba a las innumerables debilidades humanas (¡qué fan soy de las debilidades humanas) que, hasta entonces, no nos habían dejado ver las series de abogados pijos. Culpables, inocentes, abogados defensores o fiscales, todos podían tener razón o no tenerla, actuar bajo motivaciones más o menos puras o profundamente rastreras. Todo podía valer para ganar un juicio y escapar de la cárcel pero, al mismo tiempo todo dependía de la integridad del equipo de Bobby Donnel. Todo gris.
No es de extrañar, pues, que muchas de las tramas y subtramas de The Practice fueran, no solo geniales, sino un criadero de Emmys por el que han pasado amiguetes como John Larroquette, Michael Emerson, Sharon Stone o William Shatner.
Otro de los beneficiados de la lluvia de Emmys para guests stars de The Practice es nuestro queridísimo papá Gilmore Edward Herrmann, que protagonizó una de mis subtramas preferidas y que me hizo fan para siempre de Lindsay Dole.
Y me dejo para el final la más mejor trama chunga de todos los tiempos (quitando la pájara de JJ con Rambaldi). Me refiero a George Vogleman (Michael Monks), su maletín con cabeza y la monja carnicera. Gallina de piel cada vez que recuerdo ese final de temporada con la pobre Lindsay en el hospital, recién prometida, y la perturbadora imagen de la revelación de la identidad de la monja asesina. Creo que es uno de los primeros cliffhangers que recuerdo y, diría, que si tuviera que hacer una lista con mis 10 mejores capítulos de la historia de la tele, este final de la tercera temporada se llevaría el gato al agua. Larga vida a las monjas y a sus cuchillos de Albacete.