El culebrón Friday Night Lights
Que si renuevo, que si no renuevo, que si parece que sí pero tengo que buscar un “aliado” de emisión, que si la audiencia por aquí, las críticas por allá, los fans enviando bombillas por otro lado…
Y yo no puedo dejar de pensar en lo mucho que se parece la situación de la serie, aclamada por la crítica y maltratada por la audiencia, a la vida de sus protagonistas, extremadamente difícil la mayoría del tiempo, pero brillante los viernes por la noche.
Siempre me ha parecido que Friday Night Lights era una historia de contrastes, de cómo las vidas miserables de jugadores, animadoras, entrenadores y demás se toman un respiro bajo las luces del campo, que hacen que el verde sea más verde, el azul más azul y el marrón de la arena de Dillon casi inexistente.
Da igual que te pases el día amorrado a una botella de cerveza, que tu abuela no dé pie con bola o que tu familia apenas pueda llegar a fin de mes, cuando las luces se encienden todo eso no importa. Embriagados por los focos, los gritos y la música, me pregunto si estos chicos son realmente conscientes de que quizás en esos momentos están mucho más cerca del paraíso de lo que estarán en su vida.
Mucho se ha criticado en la segunda temporada la disminución de luces y el aumento de tramas más culebronescas, en especial la referente al asesinato. A mi no me chirría tanto la susodicha trama como su conclusión. Supongo que se trataba de llevar al extremo el contraste: cuando por fin Landry consigue una cierta popularidad probando las mieles de las luces del viernes noche y cuando parece que se lleva a la chica, el pobre tiene que enfrentarse a la angustia de haberse cargado a un tío.
Igual es que las luces brillantes también se cobran su precio.