De Miniseries (y maxi-dramas)
No sé si os lo había dicho antes, pero ya podéis disfrutar de un nuevo blog que Juanjo se ha sacado de la manga, dónde encontraréis todas las tertulias disponibles hasta la fecha (con nuestros comentarios). Teleginios es nuestro pequeño homenaje a Arena por ser incapaz de recordar el término Teligioso. En la tertulia radiofónica de la semana pasado estuvimos un rato divagando sobre el tema de las miniseries. Como siempre me pasa con las tertulias, después me da por reflexionar más de lo que lo había hecho antes.
La razón de ser de la miniserie es para dar cabida a esas historias que son demasiado largas como para ser película, pero demasiado cortas como para ser consideradas una serie. Lo que vendría a ser, ni chicha ni limoná. Pero no os creáis que es tan sencillo, pues el tema de la duración que debe tener una miniserie para poder ser considerada como tal, es muy controvertido. Está la escuela que piensa que una miniserie comprende de 4 a 6 episodios de diversas duraciones, mientras que la otra línea de pensamiento opina que una miniseries es todo aquello que tenga más de dos episodios y menos de 13.
Cabe decir que los ingleses y los americanos tienen también conceptos distintos de los que es una miniserie. Los ingleses prefieren denominar a este tipo de programas serials, normalmente dramas de corta duración, puesto que muchas series británicas, como podría ser The IT Crowd o hasta Doctor Who, sólo constan de 6 episodios por temporada pero son entendidas como en Inglaterra, pero en Estados Unidos son demasiado cortas como para ser consideradas como tal. Pero tanto en Inglaterra, como en Estados Unidos y Australia también, este tipo de producciones dan caché a la cadena y, puesto que generalmente tienen un presupuesto elevado, son extensivamente publicitadas y emitidas en estricto prime-time. Y, por supuesto, no hay nada mejor que las cubran de premios, como en el caso de la ultra-vencedora de este año, John Adams, de HBO Films.
El concepto “miniserie” nació en 1967 cuando la BBC adaptó The Forsyte Saga, las novelas de John Galsworthy, que antes se habían llevado al cine con Errol Flynn de protagonista. Al otro lado del charco, la ABC se lanzó a la producción de miniseries en 1974 con QB VII, basada en la novela de Leon Uris, protagonizada por Anthony Hopkins. Tras estos intentos primerizos, los broadcasters utilizaron otras novelas populares para llevarlas a la pantalla con diferentes grados de reconocimiento, siendo una de las más importantes, Rich man, Poor man, novela de Iwin Shaw dividida en 12 episodios, fue uno de los grandes éxitos de la ABC.
Pero el bombazo lo dio Roots en 1977, cuando el último capítulo de la miniserie consiguió el 71% de cuota de pantalla, siendo el tercer programa más visto de la historia de la televisión americana, por detrás de la series finale de M*A*S*H y de la SuperBowl de la temporada 2007. Uno de los secretos del éxito de Roots, a parte de Kunta Kinte en si mismo, fue su programación: 12 horas de serie divididas en 8 capítulos emitidas en 8 noches consecutivas. Resultado: 9 Emmy (37 nominaciones), un Globo de Oro y un Peabody Award. Pero, a pesar de estos increíbles datos, la que está considerada como la mejor miniserie de la historia es Jesús de Nazaret, más de 6 horas de nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús, resultado de una conversación del director Franco Zeffirelli y el Papa Juan Pablo II (te-quiere-todo-el-mundo).
El alto gasto que suponía rodar estas miniseries “de época”, tenía que amortizarse de alguna manera, es por ello que estas producciones no sólo eran muy publicitadas y bien programadas si no que, además, acostumbraban a estar basadas en novelas importantes y de autores de renombre que hagan provechosa la inversión, con lo cual son consideradas como televisión de calidad. Un ejemplo claro es la re-visitación para la televisión que hizo la BBC del clásico de Jane Austen, Pride and Prejudice que mucha gente tiene como referencia, por encima de las versiones cinematográficas. Otro caso británico es Prime Suspect, de la reconocida guionista Lynda LaPlante, que es un grupúsculo de miniseries protagonizadas por la Inspectora Jane Tennison (Helen Mirren), que se extendieron desde 1997 hasta 2006.
Por supuesto también tenemos un amplio rango de miniserialismo apestoso, amores de princesas, alucinaciones medievales, presidentes muertos, guerras sangrientas y toda suerte de biografías variadas. La tendencia española en miniseries, por supuesto, abraza este último grupo idiosincrásico. Salvo contadas excepciones, las últimas perlas que hemos podido saborear han sido biografías caducadas como la de Franco en 20-N y las pertenecientes a la última moda que son las basadas en hechos reales. Este último es el género más tremebundo que uno pueda imaginar, porque no sólo fue dolorosa la información la primera vez que la vimos en un telenoticias, si no que la tenemos que soportar de nueva en su versión adaptada. El caso Wanninkhof, el Alcalde de Fago o el caso Mariluz ya me pusieron los pelos de punta en su día así que, siguiendo la teoría del éxito de las miniseries basadas en obras literarias de renombre, voy a llamar a RTVE a ver si quieren re-visitar El libro gordo de Petete.