Desencanto con la tele-realidad
Me estoy cansando de los realities. Estoy muy preocupada. Esto me hace plantearme si me estoy cansando de este formato porque he visto ya demasiados, porque me he hecho mayor o porque los que se hacen últimamente son una mierda pinchada en un palo. Y no me gusta que me pase esto, porque sabéis que yo amo toda la televisión y a las criaturas que en ella habitan. Pero supongo que todo tiene un límite.
Los primeros síntomas los sentí por la repulsa que me provocó la pasada edición de OT. Por primer año desde la fundación de este blog, dejé de hacer crónicas de las galas, básicamente porque no las veía. Entre los profesores, el jurado y los gallos de los alumnos se habían cargado mi amor por el programa. La fanesia me obliga a olvidar especímenes como Virginia, Iván y la retahíla de cholas que sacan cada año de sus barriadas. Por supuesto, eso no me privó de echarle un vistazo a la gala inaugural de esta nueva temporada. Craso error, pues el esperpento era el mismo. Miento, el circo ha alcanzado nuevas cotas de pestilencia con la adición de Ramoncín al jurado de OT. Supongo que, el rey del pollo frito, cansado de su imagen de represor de la cultura, ha decidido abandonar su bat-cueva para lavar su imagen entre la juventud e inculcar la palabra del señordelasgae a las nuevas generaciones.
Confieso que aún no se han extinguido del todo mis ganas de seguir Fama. Si bien no me enterado de la misa la mitad esta temporada, de vez en cuando aún he disfrutado de los energys, boom booms y cacasfríasdepaloma de Rafa Méndez. Y además ha ganado Sergi, el que me caía bien. A nivel de producción siguen siendo unos cutres, así que, de momento, todo va viento en popa. Me da un poco de miedo el hecho de querer alargar el filón, mezclando bailarines de las dos temporadas, pero si eso evita que tengamos que volver a sufrir aberraciones como Supermodelo o programas de profundidad (fecal) como 21 días, yo me conformo.
Del barco de Supervivientes me bajé hace tiempo, cuando empezaron a meter famosos, básicamente, porque me interesa un kinoto ver a Miss Chechenia peleándose por un coco con la prima retarded del exnovio de Falete (podría ser real). Pero el formato en sí, me encanta, por eso sigo viendo el Survivor americano, dónde son unos locos motivados y el programa tan sólo dura 40 minutos. Mi pasión por el programa sólo hizo más que aumentar, cuando me enteré que las bragas identificativas de cada equipo están fabricadas por Buff, los españoles creadores del invento. ¿Por qué Telecinco no trabaja con Buff en España, también? Porque somos tontos, señores.
Visto lo visto, parece que Gran Hermano es de los pocos realities que aguanta el tirón, a pesar de lo cansino del asunto. Supongo que cada vez es más difícil encontrar friquis carismáticos que no se conviertan en monstruos tremebundos como Dani el Sucio y compañía. Claro, que después de la victoria este año del malvado Iván y Almudena, la finalista choli-pocket, yo cada vez tengo menos fe en la humanidad. Y ya no comento locuras como La vuelta al mundo en directo, esa locura de familia en tribus africanas de Cuatro, ni cosas de circo y patinaje sobre hielo, porque son de juzgado de guardia.
Tal vez sea culpa suya o tal vez sea cosa mía. El tema es que los realities españoles y yo nos estamos separando. Quizá cuando inviertan un poco más en producción y menos en mensajitos de móvil nos volvamos a reencontrar. De momento, yo me quedo con The Amazing Race, el mejor reality de la historia de la televisión, un formato que en nuestro país todavía no han entendido y que, con la implantación total de la televisión digital, quizá llegué al alcance de todos gracias al canal de Sony. Desde aquí os invito a obsesionaros con The Amazing Race como lo he hecho yo y reconciliaros un poco con el mundo de la tele-realidad. Si no lo queréis hacerlo por el bien de la televisión, hacedlo por mí. Necesito gente con la que poder hablar del programa. ya os he dicho que estoy obsesionada.