Esperando al nuevo Spelling
Gracias a las cutre-aplicaciones del Facebook, el otro día estuve haciendo una lista de las cinco personas a las que resucitaría. Ardua tarea que acabé concluyendo con figuras de la televisión tan ilustres y añoradas como Estelle Getty o Eddie, el perro de Frasier. Pero el que sin lugar a dudas me hizo darme cuenta de lo que se perdió con su muerte, fue Aaron Spelling, el último semi-dios de la televisión.
Por supuesto ahora también hay gente a la que echarle un ojo, pero cada vez estoy más convencida que jamás volveremos a tener a alguien que sea capaz de darnos tanta carnaza como nos dio Spelling. Porque, desengañémonos, sus series no son carne de la HBO (aunque produjo para ella una mini-serie con la que ganó un Emmy en 1993), si no que son productos de consumo masivo con un alto contenido cutre-peich, carnes turgente y culebronismo pardo. O sea, lo mejor. Un alquimista de la cultura popular. Spelling empezó su carrera en Hollywood como guionista y actor ocasional, pero se dio cuenta pronto de que lo suyo era producir. Y de esa sabia decisión nacieron algunas de las series más memorables de los ’70, ’80 y ’90. Los Ángeles de Charlie, Dinastía, Starsky y Hutch, Hotel, Beverly Hills 90210, Melrose Place, Vacaciones en el mar, Hart to Hart, Los Colby, T.J. Hooker, Embrujadas, The Mod Squad, o Los Hombres de Harrelson, sólo por mencionar algunas. Lo que más me jode es que su última serie, y la más longeva de todas, fue 7th Heaven, o sea la familia asquerosamente moralista de mil hijos maridramas. Está claro que tendría que haber seguido asociándose con el gran Darren Star y dejar de lado la caspa judeocristiana.
Habiendo asumido ya que Spelling jamás tendrá un sucesor digno, hay que reconocer que ha habido algunos que apuntaban maneras, pero que al final se quedaron en el limbo de la televisioneidad. Hubo un tiempo en el que Kevin Williamson triunfaba con Dawson’s Creek y después de Scream y The Faculty yo me llegué a creer que había esperanzas. Pero no. Por otro lado también tenemos a Rob Thomas, que no para de intentarlo una y otra vez, aunque sus series nunca acaben de cuajar del todo: Veronica Mars y Big Shots en el pasado y Cupid y Party Down en la actualidad. Jeff Judah y Gabe Sachs son de los últimos en llegar al culebronismo adolescente, estando ahora a cargo de la nueva 90210, después de haber fracasado con Life as we know it (Diario Adolescente).
A gente como JJ Abrams y Joss Whedon no les voy a incluir en esta carrera a digno sucesor pues aunque ambos empezasen con sendas series post-adolescentes (Felicity y Buffy), después han cogido derroteros mucho más complejos y sci-fiescos. Además, con todo el respeto del mundo, ninguno de los dos ha demostrado todavía ser un rey Midas omnipotente, que es lo que fue Spelling. Aunque hay que aclarar que a pesar de estar detrás de muchos proyectos, no siempre era Spelling el creador, como muchos creían. Eso sí es algo que ocurre también con Abrams.
Yo aún tengo fe en el trío Bright/Kaufmann/Crane y en el comeback de Amy Sherman-Palladino, aunque las sitcoms son harina de otro costal. Así que los dos personajes en los que yo aún mantengo una brizna de esperanza son dos de los grandes showrunners de la televisión actual: Josh Schwartz y Greg Berlanti. De Berlanti ya hablamos hace poco tiempo, y aunque siempre tenga follones en todas sus series, poco a poco se ha ido ganando el título de rey del mellow writting y creo que tiene un gran futuro en ello, si evita dejar las series de la mano de dios, como le ha pasado con Dirty Sexy Money y Brothers & Sisters. Por su lado, Schwartz, es otra de las grandes esperanzas blancas y el más joven de toda la manada. Con veinti-muypocos dejó la universidad para dedicarse al showbussines y con 27 estrenaba The O.C., la serie que le catapultó a la fama y que permitió que el año pasado Schwartz estrenase a la vez Gossip Girl y Chuck. Y aunque muchos de los que he mencionado antes tienen muchas más series a sus espaldas, Schwartz apunta maneras de ser uno de los grandes, a los que no hay que perder de vista.