Chocolate caliente para Snow
Una de las pocas cosas que recrimino a Once Upon a Time (hasta ahora y por ahora) es que no tengan capítulo especial de navidad. En serio, Once Upon a Time es navidad en estado puro: es ternura, es ilusión, es amor, es chocolate caliente con nata… es una serie para ver junto al fuego con una taza caliente en las manos y una manta sobre el regazo mientras fuera diluvia. ¿Y en serio nos van a negar la imagen de Snow y Emma decorando su árbol de navidad?
Vale, también se les da bastante bien a los chicos de OUAT (lo siento, no voy a volver a poner OUAT, me recuerda demasiado a la Unidad Anti Terrorista -UAT- de 24). Decía que también se les da bien a los chicos de Once Upon a Time mostrar la parte más oscura y turbia de los cuentos, y no siempre de la mano de brujas o enanitos saltarines. Que por cierto, cuando la lerda de cenicienta va y le suelta a Rumpelstiltskin: You just killed my fairy godmother, no pude evitar acordarme de Sookie.
Sí que es cierto que los buenos son buenos y los malos son malos, que para algo esto empieza con un “había una vez”. Una bruja malvada es una bruja malvada, y un príncipe encantador es un príncipe encantador, no le busquemos tres pies al gato. Pero eso no quiere decir que los personajes sean planos o insípidos, más bien al contrario, que cada capítulo es un nuevo cuento semi-tuneado de forma que nos podamos enamorar de alguno de ellos a la vez que seguir deseando unirte a un abrazo colectivo Snow/Emma/Henry. Y mira que yo no era muy fan de Ginnifer Goodwin, pero ahora solamente quiero visitarla con un cargamento de cola-cao y marshmallows. Aunque sí, coincido con los chicos de tvovermind en que a veces los personajes de cuento son algo lerditos.
Y sí, el mega-cuento transcurre a través de esa historia de amor entre el Príncipe y Blancanieves, los celos de la Bruja Malvada y el consiguiente maleficio que los ha deportado a Storybrooke y que supuestamente solamente Emma puede romper, sin olvidar las turbias y oscuras intenciones de un Mr. Gold que está ahí para ponérselo difícil a todo el mundo. El piloto lo construyeron con un «manual básico del viaje del héroe» al lado, seguro: que si la revelación de un destino, que si un viaje, que si una elegida, que si un ayudante… pero a partir de ahí se lo están tomando con mucha calma y eso está muy bien.
No sé vosotros, pero yo por ahora no quiero que se rompa ningún maleficio, quiero que me sigan explicando su historia y disfrutar por el camino. Y yo que soy muy shipper, ni siquiera quiero que David y Mary Margaret se enrollen, no aún. Que ellos sigan con su tensión, que Emma y Henry sigan reconectando, que sigamos viendo Once Upon a Time con la tranquilidad con que disfrutas una taza de chocolate en invierno. Es lo que pasa con todos los grandes placeres de la vida, que te debates entre devorarlos a lo bestia (véase la gran The Vampire Diaries) o disfrutarlos con calma. Vayamos, en este caso, a por lo segundo, aunque la evolución es peligrosa y yo siguo sufriendo por las amplias posibilidades que tiene Once Upon a Time de cagarla, precisamente, por lo que es.
En fin, mientras ellos siguen con su tremendísima historia de amor, yo puedo continuar recordando ese momento del final de Lost con Juliet y Sawyer que, oye, me parece que guarda algún que otro paralelismo con lo que pasa en Storybrooke:
By the way: esa chocolatina Apollo de Lost también la hemos visto en Once Upon a Time, que ya sabemos todos que los creadores son unos ex-lostianos y los guiños a la isla y sus cosas son constantes. Pero aparte de eso, Once Upon a Time está llena de detalles que la hacen adorable: que caperucita roja se llame Ruby, el paraguas de Jiminy Cricket, las manzanas de Regina, que el dálmata de Archie se llame Pongo, y un sinfín más que seguro que ni pillo…
Y colorín colorado…
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