Bye Bye, New Amsterdam
Por una vez, y sin que sirva de precedente, no me voy a enfadar demasiado con una cancelación alevósica de los chicos de Fox.
Ya sabéis que el friquismo es poderoso en mi, así que no me extraña que el argumento de New Amsterdam me pareciera a priori atrayente, o quizás fue la sequía huelguiana de series, que me lanzó de cabeza a lo primero que llegó.
Anyway, picture this: 1642, un barrizal (que en el futuro será Times Square, lo que son las cosas), una batalla, un soldado holandés barbudo con principios, y una tribu india. El soldado va y salva la vida a una joven india que, la muy bruja, se lo agradece concediéndole el don de la inmortalidad, eso sí, hasta que encuentre a su alma gemela. Carajo con la niña. Menudo el regalito de la chiquilla. Nada menos que la inmortalidad. Como si se pudiera ser feliz siendo inmortal. Bueno, al fin y al cabo los héroes modernos nunca son felices, y así es como nace a la inmortalidad nuestro flamante protagonista, John Amsterdam (Nikolaj Coster-Waldau)
La segunda parte del regalo tampoco tiene desperdicio: perder la inmortalidad al encontrar a su alma gemela. Para empezar, creo que todo el rollo del alma gemela está sobrevalorado, pero aquí va de perlas para, además de hacerlo inmortal, convertirlo en una máquina de seducir (en mi pueblo, rompebragas) y procrear, que la planificación familiar tuvo épocas difíciles.
Por otra parte, el bueno de Nikolaj estará para hacerle tres favores, pero le han colocado unas féminas que no hay por dónde cogerlas. Su supuesta alma gemela (Alexie Gilmore) es casi un clon de Sara Tancredi, y con eso lo digo todo. Su compañera poli (Zuleikha Robinson) estaba muy mona en Roma, pero aquí no hay quien la aguante, y para colmo, le ponen de jefa a la madre de Dan y Jenny Humphrey (Susan Misner), que ya la odiaba bastante en Gossip Girl, para que me la planten también aquí.
Con semejante panorama, todo el peso cae en Nikolaj, y nadie, excepto Wentworth Miller, está tan bueno como para aguantar una serie penosa solo para verlo a él.
Para colmo, el tío, que ha tenido tiempo de dominar el mundo quince veces, se nos hace poli bueno, vaya, detective, una profesión de lo más gratificante. No lo discuto, nada mejor que el cuerpo de policía para convertirse en un antihéroe exalcohólico. Lo bueno del asunto, que John se dedica a resolver sus casos recordando experiencias pasadas y regalándonos escenas del New York de todos los tiempos. Lo malo del asunto, que al final queda poco más que una serie de policías, con casos aburridos y personajes aquímicos cuyo único interés es ver ocasionalmente escenas de cuando en Times Square había un Flatiron. Yo no te echaré de menos. No no. Y si me entran dudas, quizás hasta me lance al libro del que se rumorea has copiado tu argumento.