La tía de Frankenstein
Últimamente he estado practicado cierta regresión voluntaria re-visionando los siete capítulos de esta serie que ocupó alegremente mis viernes por la tarde durante un breve periodo de mi infancia. Sorprendentemente, y quizás se debe a algún inexplicable acceso de nostalgia, he disfrutado como una enana con “La tía de Frankenstein”, una serie producida entre Alemania, Austria, Checoslovaquia, Francia, Suecia, Italia y España en una época (1987) en que no pasaba absolutamente nada si en horario infantil se fumaban puros constantemente y/o los personajes se emborrachaban con jerez. Casi nada.
«La tía de Frankenstein» explica con muchísima imaginación, algo de buen humor e, incluso, poesía, cómo convien una pandilla de monstruos típicos (véase Drácula, el hombre lobo, el hombre fuego, etc.) y un pequeño pelirojo huérfano con una vieja y entrañable fumadora de puros, siempre de vuelta de todo. La serie insiste en lo terrible de la soldad y en la necesidad del amor para, en definitiva, no convertirte en un fantasma, y tiene como arco principal la historia romántica entre Albert, la creación de Frankenstein, y Klara, la heroína farmacéutica.
Para ponernos en situación, «La tía de Frankestein» está basada en una novela de Allan Rune Pettersson y explica cómo un Frankenstein, prototipo del genio loco, coloca el cerebro de una eminencia intelectual en un cuerpo grandote y fuerte. Frankenstein acaba de dar vida a Albert, la nueva criatura, cuando se le amotinan los garrulos habitantes del pueblo destrozándole el castillo. Huyendo de la quema, nunca mejor dicho, Frankenstein se larga a casa de su tía justo cuando ésta aterriza en el castillo destrozado con el objetivo de conseguir una esposa a su sobrino y aumentar la familia con pequeñitos Frankensteins. Vaya, igualita que mi madre, aunque creo que ella preferiría pequeñas Montsitas a pequeños Frankensteins.
Como su sobrino no está, la tía Hanna decide quedarse en el castillo conviviendo con toda naturalidad con sus extraños habitantes. Tenemos a Igor y a Elisabeth, la Dama Blanca, víctimas de una maldición por haber consumado su amor prohibido hace más de 200 años, que les obliga a vivir eternamente uno junto al otro sin poderse amar. Luego está el hombre lobo, encerrado en la biblioteca y vistiendo perpetuamente de batín, lo que lo convierte en alguien especialmente grimoso, por cierto. Seguimos con el casanova Conde Drácula, dispuesto a seducir y mordisquear cualquier cosa que se menee, especialmente si son hembras bellas del tipo 0. También está el hombre fuego, capaz de provocar llamaradas, explosiones y dejar una estela de peste a azufre. En el lago es fácil que encontremos a Alois, el hombre anfibio enamorado de una sirena que le abandonó y, por último, Max, un niño huérfano que se ha escapado del circo.
No nos olvidemos de Albert, de quien pronto imaginamos que su cerebro no es, precisamente, el de ninguna eminencia. El pobre, que anda loco por pillar esposa, se enamora perdidamente de Klara, la hija de la farmacéutica, a la que su madre quiere casar con el pijo lerdo hijo del alcalde. A partir de aquí, todos los esfuerzos de los habitantes del castillo se centran en convertir a Albert en un futurible para Klara. No resulta fácil, pero al final lo consiguen, y joder, el cambio que pega el tío de el primer episodio al último, es impresionante.
Pero no es Albert el único que pilla. El hombre lobo se fuga con una preciosa lobita, el hombre fuego seduce a la herrera, la Dama Blanca e Igor ven rota su maldición y se convierten en la pareja del año, Alois encuentra a su sirena largándose con ella, y Drácula se hace dentista. Memorable. Nos queda la tía Hanna, también afectada de soledad, pero que acaba adoptando al pequeño Max. Y vivieron felices y comieron perdices.
En definitiva, ha sido un enorme placer. No solo por la historia, el guión, la fotografía, Mercedes Sampietro en el papel de Dama Blanca, Sancho Gracia en un fugaz papel de juez, o el atrevimiento de mostrar determinadas bajezas y distorsiones humanas con naturalidad, sino en especial por Viveca Lindfords interpretando a tía Hanna, a la que quizás recordéis de Stargate, la película. He disfrutado con cada puro que se ha fumado, cada copa de jerez que se ha tomado y cada vez que se ha salido con la suya, que ha sido, digamos, siempre.
Podéis encontrar la serie en nuestras vías p2p habituales. De verdad, que es un visionado de verano más que aconsejable. Mientras tanto, os dejo con la intro: