Volando voy, volando vengo
Antes me encantaba volar, ahora simplemente odio que un tío antipático con guantes de goma registre ese lugar sagrado que es mi bolso. Pero como soy de espíritu amable, perdono a los aeropuertos, aviones y artilugios voladores en general por los buenos momentos televisivos que me han proporcionado.
¿Qué sería de nosotros sin el vuelo 815, sin esas turbulencias, sin la pérdida total de control y posterior aplastamiento contra el suelo? ¿Qué haríamos sin esos flashbacks al aeropuerto de Sydney, cuando los losties aún no eran losties?
¿Qué haría Sydney Bristow si no pudiera preparar sus misiones durante el vuelo? ¿Dónde esconderían los malos malosos servidores chungos si no tuvieran aviones con putas de lujo? ¿Qué sería de las escenas de acción si no se pudiese saltar de un cacharro volador en medio de la noche?
A parte de esto, está claro que los aeropuertos y aviones son lugares con un potencial dramático casi inagotable, ya que alejan, acercan y transforman a las personas como no lo consigue ningún otro escenario. Además, y no por eso menos importante, son ideales para ir de compras.
Esa era una de mis escenas de aeropuerto preferidas, pero en lo que aeropuertos se refiere, nadie, pero nadie, nadie, nadie, nadie gana a Ross y Rachel y su relación forjada a base de aterrizajes y despegues.
Cuando Rachel decide que le mola Ross, él está en China en alguna especie de paleontoCon, así que la chica se va al aeropuerto para recibirle y adentrarse (por fin) en las profundidades de Rossville, pero el amigo Ross aparece con su nueva novia Julie. Menudo chasco.
Algún tiempo después y tras un par de rupturas, el pobre Ross se monta una boda en Londres con su (terrible) novia inglesa. Rachel se queda en New York lamiéndose las heridas, pero como todos sabemos que una boda sin tensión no es una boda, la chica se planta en un avión camino a UK regalándonos la ya famosa escena con Hugh Laurie.
Un par de bodas después, nos teletransportamos al final de la serie, con Rachel a punto de irse a París y siendo esta vez Ross el que pretende impedírselo diciéndole que la ama (aaaay). Como no puede ser de otra forma, se decide en el último momento y no le queda más opción que dejar que Phoebe lo pasee de aeropuerto en aeropuerto. Memorable.
Ross por fin llega al aeropuerto y le suelta a Rachel las palabras mágicas, pero ella está hecha la picha un lío y sube al avión dejando al otro con esa cara de tristón necesita un amiguito que te hace arrastrarte por los suelos. Todos sabéis como acaba el asunto, pero como me mola mucho, os lo vuelvo a poner:
Vaya, que la relación Ross-Rachel sería un muermo si no tuviéramos aeropuertos… y la mitad de las series también, qué narices. En fin, ya estoy más animada ante las tropcientasmil horas de vuelo que me esperan estos días. Ninguno de mis múltiples flights es el 815, lástima, pero inspeccionaré cuidadosamente a mis compañeros de vuelo no sea que me encuentre en la necesidad de jugar a los médicos y enfermeras con alguno de ellos.
Si no vuelvo, buscadme en alguna isla chunga.