Gritando y llorando con Susan Boyle y Hollie Steel
Los concursos de talentos son para eso, carajo, descubrir que la vecina de al lado es capaz de ejecutar un triple mortal con tirabuzón y voltereta, y a mi personalmente me encanta que me sorprendan.
Susan Boyle, así, fríamente, tampoco es para tanto. Que sí, que canta muy bien, pero como ella muchísimas trabajando de camareras en New York (por elegir un tópico). Lo que te deja con las patas colgando es que salga esa voz de ahí de donde sale, para qué nos vamos a engañar. Y no quiero ir de listilla, pero lo que le ha pasado, digo, acabar ingresada por estrés o lo que sea, tampoco sorprende demasiado, que ahora me diréis todos que pensabais que esta mujer tenia la cabeza lo suficientemente bien amueblada como para digerir el tener medio mundo a sus pies. He leído en algún sitio que hasta le habían ofrecido hacer cine porno. Dios, somos una raza extraña.
Mayormente me divierten los concursos de talentos, y me molesta esa extraña moral que se llena de piedad y compasión hacia perdedores o triunfadores. En los tiempos que corren todos sabemos a lo que nos exponemos nada más colocarnos delante de una cámara. Haber pedido muerte, chicos, que nadie se presenta a “Quieres ser millonario” si lo que pretende es tomar los hábitos y perfeccionar la receta del tocino de cielo.
Eclipsada por Susan Boyle, poco se ha hablado de una niñita de 10 años con tutú que dijo que quería bailar. No os perdáis lo que pasó justo cuando Simon a puntito estaba de aporrear la bocina. Todo está en la sorpresa, y en la comedia que le echan los del jurado.
Y ahí va lo que le pasó a la criatura durante la semifinal. La fama cuesta, y en este caso se paga con lágrimas.
Forma parte del espectáculo. Y como espectáculo que es, yo lo aplaudo, sí señor, que hace mucho tiempo que Bertín Osborne no va por ahí con sus menudas estrellas, y yo lo añoro.