Un reality grandote como una casa
La semana pasada vimos a Ty Pennington, de Extreme Makeover, Home Edition codearse tan contento con las estrellitas de la ABC, ahí, en casa de Nora Walker, tan cerquita de Jack, dios de la isla y señor de las antorchas.
Lo cierto es que Extreme Makeover Home Editon (a partir de ahora EMHE, aunque parezca raro y quede como una mierda, ¿vale?) es una de las resultonidades de la ABC, que además funciona bastante bien la noche de los domingos. Y es que Ty Pennington y su equipo, pero especialmente Ty, son unos motivados de la vida, a conjunto con lo que nos venden del pueblo americano en general, deseoso de contribuir con su esfuerzo y donaciones a la reconstrucción de la casa de algún vecino en problemas. ¿He dicho reconstrucción? Perdón, lo que hace esta gente es metamorfosear de chabola a mansión. Reconstruir se queda muy corto.
EMHE apunta directamente a las vísceras emocionales del personal, si eso está bien, si está mal, o si los medios dedican suficiente atención al ciclo reproductivo del puercoespín, es algo que no me apetece discutir ahora, pero lo cierto es que apuntan con buena puntería. Ty y compañía le echan tanta comedia como el que más, llorando cuando tienen que llorar, motivando cuando tienen que motivar, abrazando y dejándose abrazar, riendo, escuchando y gritando.
La otra es el drama que le echan para derribar, metamorfosear y tunear una casa en 7 días, colocando en cada habitación lo que más va a tocar la fibra sensible del futuro ocupante buscando, básicamente, que acabemos todos llorando como una mala cosa, ríete tu de Candi Candi. Para postre también regalan coches, consiguen becas universitarias, pagan hipotecas y se llevan a Hannah Montana de concierto. Caray con el pueblo americano y sus actos altruistas, que es de donaciones de donde sale casi todo y es de bien nacido ser agradecido. Lo que me gustaría a mi es que volvieran a una de las primeras casas, cinco temporadas atrás y echasen un vistazo a cómo las han intentado conservar, básicamente para comprobar que la niña cursi a la que decoraron su habitación como si fuera una barbie animadora se ha convertido en una adolescente vampírica fan de Robert Pattison que maldice todos los días de su vida los pompones brillantes que cuelgan del techo. También me pregunto cuántas chapas habrán saltado al mes de colocarse con prisas o cuántos salones habrán quedado destrozados a los dos días porque los niños hoolligans de la familia han montado una fieshta.
Pero eso en realidad no es relevante, lo que importa son los 40 minutos de entretenimiento, y que si pillo el programa me quede enganchada viendo cómo alguien construye una mesa con capacidad para 15 personas o cómo otro decora una habitación como si fuera una estancia común de Hogwarts. Que lástima que no puedan venir por aquí, echar a los vecinos y construirme una mansión con piscina y jardín botánico.