Prison Break, ¿y ya van cuatro?
Cuatro que van, cuando ni siquiera necesitábamos dos. Pero oye, que no me quejo. Aguanté las pájaras número 2 y número 3 estoicamente (como hice con Matrix, pero eso es otra historia), soporté con animosidad ver a Michael Scofield con ese horrible traje en la segunda y permanentemente sudado y sucio en la tercera, e incluso lloré la muerte de Sara.
Y ahora tenemos una cuarta (en la cuarta los lances definitivos, que dirían en mi pueblo, qué cosas) y estos chicos se reinventan de nuevo de la forma más inverosímil que han encontrado (que se descuidan y tienen que marcarse un crossover con Fringe para explicarlo). Si dije en su momento que para disfrutar la tercera era necesario olvidar que hubo una primera y una segunda, con la cuarta la amnesia no solo es necesaria, sino casi obligatoria: ¿os podéis creer que le borran los tatuajes a Michael? Ahí, de un laserazo, como quien se depila los pelacos de las piernas. Luego resulta que Bellick y Sucre son algo así como Best Friends Forever (???), y Sara… dios, Sara ha pasado de doctora yonki a espía hot súper hot. Eso sí, T-Bag es el mismo cabronazo incombustible de siempre, que sería más fácil hacernos creer que se le ha regenerado la mano que colarnos que el tío no es el hermano perdido de belcebú.
Y ala, ahí están todos juntitos de nuevo (en serio, su codependencia es enfermiza) buscando no sé qué (como siempre, el objeto no es importante sino la búsqueda) y convertidos en una suerte de Equipo A sin fragoneta. Si al grupo le sumamos un geek (y algunos malotes de libro en el otro bando), ya tenemos equipo para convertir cada capítulo en una miniversión de The Italian job. Repito, que no me quejo, la verdad es que resulta mucho más entretenido que las guarradas que hacían en Sona (además aquí se duchan, que se agradece).
Y ya van cuatro, lo que resulta una barbaridad cuando cuentas los años por temporadas y tus horas libres por capítulos que caben en ellas. ¡Cómo pasa el tiempo!