The Martha Stewart Show memories
En los últimos días he estado a punto de llorar de la emoción un par de veces. La primera, cuando casi desayuno con Alec Baldwin. Vaaaaale, no exactamente con Alec Baldwin pero sí en el mismo garito. Lástima que estuviese cerrado y tanto él -más su amigüito- como nosotras tuviéramos que buscarnos otro lugar donde zamparnos las pancakes. No sé dónde acabaron ellos, pero siempre quedará en mi recuerdo ese momento de frustración compartida con Alec-Jack Donaghy. Menos mal que no estaba con Tina, porque de lo contrario habría tenido que empezar a creer en dios y ya estoy crecidita para eso.
La segunda vez que se humedecieron las lentillas de mis ojillos aconteció cuando por fin Martha Stewart me dejó ir a su programa, de público, quede claro, que cocinar una docena de madalenas de bananana con Martha es todavía un sueño para mí, muy a lo “somewhere over the rainbow”, pero un sueño al fin y al cabo.
Ese glorioso día Martha embotelló fruticas y cosas bañadas en vodka con Adrien Brody y cocinó un mejunje pecaminosamente delicioso con un tío calvo la mar de simpático.
Me pregunto si de no haber estado yo (persona gafe donde las haya) entre el público, Martha no se hubiera tirado por encima el cocktel de arándanos o berries o lo que fuera, o no hubiera quemado una hornada entera del susodicho mejunje pecaminosamente delicioso. Gracias, Martha, por mostrarme que la torpeza en la cocina reside en el interior de todos nosotros. Intentaré recordarlo la próxima vez que convierta una tortilla de patatas en un revoltillo crujiente de huevo y “frutos de la tierra”. Ala chicos, me voy a tapizar yo misma las sillas del comedor, o algo.