Mis casas de la tele en los ’90
Hasta que no llegó Friends y bueno, vale, Seinfeld, la sitcom era un género destinado a las familias, donde aparecían parentelas variopintas siempre dispuestas a lanzar un mensaje de paz y amor al mundo y educar mediante sus aventuras cotidianas. La moralina final era un must de cada capítulo.
La temática familiar de estas series obligaba a que el escenario principal fuese siempre la casa de la familia, en especial el salón o, en su defecto, la cocina. Igual que las series protagonizadas por grupos de amigos siempre tienen que tener un bar acogedor donde llevar a caso sus conversaciones, peleas y devaneos amorosos, en las series familiares es indispensable que la casa en la que habitan invite a vivir en ella, a abrazarte con tus congéneres y comer palomitas en el sofá mientras ves El Show de Bill Cosby.
Por supuesto, yo me imaginaba que vivía en todas ellas e invitaba a mis amigos a hacer una fiesta de pijamas mientras mi tío el soltero cachondo nos tostaba unos mashmallows en la chimenea. De entre todas las casas de los ’90 que me tenían en corazón robado, estas son mis favoritas:
Una típica painted lady de San Francisco que convirtió a la ciudad en una de mis favoritas y que no sólo tenía un espacio brutal para que las niñas jugasen, si no que además cabía todo el mundo, desde Joey en el sótano, habitación que después se convirtió en estudio de grabación, al tío Jesse con todos sus souvenires de Elvis, al que después le construyeron un loft en el desván…
Y los complementos de la casa eran geniales, sus juguetes, los Popeyes de Joey, los utensilios de limpieza de Danny… hasta Comet, el perro era entrañable.
En Chicago habitaba la familia Winslow, en una casita típica de madera de las que se lleva el viento cuando sopla fuerte. Y además tenían la típica costumbre de dejar todas las puertas abiertas para que entrasen los vecinos molestos como Steve Urkel y que se lo rompiesen todo (eso pasaba en cada capítulo). Lo que me tenía enamorada era esa cocina enorme con una mesa capaz de albergar a toda la conferencia episcopal. Aunque me preocupa el vórtice espacio temporal que tienen en esa casa, ya que hay un par de personajes que un día subieron las escalas y nunca las volvieron a bajar.
¿Quién no ha querido vivir siempre en una mansión de este tipo? Debo confesar que lo que me parecía molón de verdad era tener una casa de la piscina donde poder llevarte a las visitas secretas y dónde albergar a algún huérfano necesitado. Lo mejor de la casa de la familia Banks en Bel-Air era Jeffrey, su mayordomo socarrón.
Desde su casita típica en los suburbios de Detroit, Tim “Herramientas” Taylor nos enseñaba lo inútil que era habitualmente con todo aquello que no fuesen motores, pinturas plásticas y cemento. Pero la casa de los Taylor no sólo se caracterizaba por tener un garaje con kilos de herramientas, si no que tenían a su vecino filosofo particular. Tim no hacía nada sin que le diese algún consejo. Eso sí, siempre a cara cubierta.
Otra familia de esas que no sabes dónde meten a tanta gente, pues los Lambert vivían en Wisconsin con sus 6 hijos y con el sobrino, al que acabaron poniendo una caravana en el jardín para que no diese la brasa, básicamente porque parecía que fuese fumado todo el día. No sólo tengo dudas de cómo dormían todos esos hijos, si no que la madre, acabó poniendo una peluquería en el garaje.
Los Mattews eran una familia de buen corazón que vivía en las afueras de Philadelphia y que tenía tres hijos. Por supuesto, uno era tonto, pero estaba bueno. También tenían un vecino, que además era el director de la escuela de los chavales y una casa del árbol donde en algún momento habitó Shawn, el amigo malote del protagonista, que siempre tenía un hogar al que acudir cuando necesitaba refugiarse de la realidad de la calle.
Y, claro, también estaba Topanga, quien con 10 años ya tenía más tetas que Lolo Ferrari, y también formaba parte de la casa.